miércoles, 31 de diciembre de 2014

'New Year's Eve' a la Bangs


Más adelante, cuando mi hijo sea adolescente, quizá le cuente la anécdota de cómo el Psychotic Reactions and Caruretor Dung (Anchor Books, 2003) por Lester Bangs, marcó una época muy extraña en mi proceso evolutivo conocido como la adultez. A meras horas de que se extinga el tiempo e inicie de nuevo, busco por el índice un título con alusión al nuevo año y he aquí lo que encuentro tras ubicar en su denotada página, el texto desarrollado bajo el nombre de “New Year’s Eve” (un extracto):

Another time when I complained I was getting weirded out around other people because I never saw ‘em because all I did was lay in bed with the covers over my head because I truly believed as the mighty Ramones quoth that there was “nothin’ to do and nowhere to go” so I just wanted to be sedated, my shrink suggested I call up all my friends in all their separate Little cells and see if we couldn’t figure out some way to repatriate ourselves in the human race and enjoy it. So I conducted this plebiscite, and when I came back he said: “So what’s the consensus?” I said, “The consensus is, ‘Whaddaya wanna be around people for? Most of ‘e suck anyway!’ ”
            […] Ting out the old, ring in the old! And older and older. I ask you, have you ever had a New Year’s Eve you enjoyed? Of course not! Why? Because you’ve persisted in this insane delusion that somehow things are supposed to keep getting better, or that the cyclical nature of the ying-yang means that the earth is supposed to replenish itself or some such horseshit! Horseshit doesn’t even replenish itself. Do these sidewalks? This peeling paint, crumbling plaster, backed-up plumbing? A replenishable landlord? Fuck no!
            There are two directions in which extants can go: (a) stasis or (b) decay. And New Year’s Eve is the biggest bummer yet, because e all go out with these expectations and get totally soused just so we can stand to be around each other because we’ve spent the late fall and winter’s first blush sinking deeper into TV Guide, and now we’re expected to positively revel in proximity to these globs of hideous humanity. So OF COURSE horrible scenes ensue.

Admito que leer y disfrutar a Bangs surge de un lugar que busca un cinismo fervoroso, divertido, pues refleja lo opuesto a uno, a pesar de los dejos de honestidad que evocan ciertos paralelismos con la vida real. Quizá haríamos bien con un poco de ello, o mejor dicho, mejor nos iría con algo de eso esparcido por aquí y allá, aunque son sólo ilusiones. Todos quisiéramos ser Hans Solo. Mientras eso pasa, continuo mi “celebración” temporal de los números, esa que se traga con las últimas gotas de café frío y la remembranza de los últimos pedazos de empanada rellena de crema bavaria, a la par que Surrealistic Pillow transcurre por entre los minutos escurridizos. Agradezco de antemano a Lester por la sugerencia musical, ya que mi mente permanecía en blanco cada vez que le pedía algo para romper el silencio.

Para los optimistas: ¡feliz año!
Para los pesimistas: ¡que se joda el año!
Para los nihilistas: ….


Para mí, una segunda ronda de Jefferson Airplane y más Bangs para sobrellevar la noche.

Surrealistic Pillow (1967)
Jefferson Airplane

jueves, 18 de diciembre de 2014

Sin palabras

Ya no hay palabras, sólo música. Eso es lo que importa. Ahogarse en folk.


"Duncan and Brady" (Folkway Years 1959-61)
Dave Van Ronk

lunes, 27 de octubre de 2014

Casas en cumbres de borrasca con Crosby, Stills Nash & Young (y un poco de Bush)

El libro ha permanecido cómodamente ensandwichado entre otros títulos igual de clásicos. Wuthering Heights o Cumbres Borrascosas (prefiero el título en inglés) me ha juzgado por años desde las sombras del librero, hasta que no pude más con la pena y decidí tomarlo entre mis manos: abrirlo, olerlo, sentirlo y sumergirme de lleno en el pasional romanticismo gótico -según wikipedia- de la novela inglesa. Más que nada, confieso que mucha de la culpa la tuvo Kate Bush a quien he escuchado con cierta afinidad últimamente. Por otro lado, una reciente visita a Manderlay me recordó del etéreo poder que ciertos lugares tienen para afectar la psicología de los personajes y del lector. 

     Esta excitada e impromptu visita al blog, fue inspirada por un pequeño párrafo en la segunda página de la afamada novela, el cuál se lee como viene:

"Cumbres Borrascosas es el nombre del domicilio del señor Heathcliff, nombre que expresa perfectamente el tumulto atmosférico a que está expuesto el lugar en tiempo tempestuoso, pero en todo tiempo debe de haber en él aire puro y saludable. La fuerza con que el viento norte sopla por el lomo de los cerros se advierte en la excesiva inclinación de algunos pinos achaparrados, al extremo de la casa, y en una hilera de flacos espinos, todos los cuales extienden sus ramas del mismo lado, como implorando una limosna de sol. Por fortuna, el arquitecto tuvo la previsión de construir sólidamente; las ventanas, estrechas, se hallan hundidas a conciencia en el espesor del muro, y los ángulos están defendidos por grandes salientes de piedra [...] De un solo paso nos hallamos en el salón, sin que antecediese pasillo o vestíbulo alguno. Este salón se llama aquí, por excelencia, 'la casa', y sirve, por lo general, a la vez, de cocina y de habitación donde se recibe; pero sospecho que, en Cumbres Borrascosas, la cocina había sido relegada a otro sitio, porque oí al fondo sonidos de voces, acompañados del tintineo de utensilios culinarios; además, no vi en la gran chimenea instrumento alguno para asar o para cocer el pan, ni recipiente para hervir, ni el brillo de las cacerolas de cobre o coladores de lata, colgando de las paredes. Bien es verdad que a un extremo de la habitación fulguraba la luz, con esplendentes reflejos, en inmensos platos de peltre, entremezclados con jarros y casos de plata, colocados en filas, unas sobre otras, que ascendían hasta el techo en un enorme aparador de roble. Llamaba la atención el aparador, y un ojo curioso podía detallar su anatomía completa, excepto donde la ocultaba un bastidor de madera cargado con tortas de avena; y de un racimo de jamones, piernas de buey de carnero. Encima de la chimenea había colgadas unas viejas escopetas enmohecidas, y un par de pistolas de arzón; y, a guisa de adorno, sobre la leja, tres botes de té pintados con colores vistosos. El suelo era de piedra blanca, liso; las sillas, antiguas, de altos respaldos, pintadas de verde: una o dos, más macizas y negras, se adivinaban en la sombra. Cobijada en un arco que formaba el pie del aparador, descansaba una gran perra de la raza llamada de muestra, de color amarillento, rodeada de un enjambre de cachorros chillones; otros perros se habían acomodado allí donde había más rincones o huecos."

Cumbres borrascosas, Emily Brontë. RBA Editores, S. A., Barcelona, 1995, pp. 4,5.

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"Our House" (Déjà Vu, 1970)
Crosby, Stills, Nash & Young




lunes, 13 de octubre de 2014

Desayuno con José Agustín y nuestra música clásica

El café se terminó mucho antes de que se enfriaran los huevos, por lo que mi pesadumbre no creció tanto, y es que en esos momentos me perdí entre los “Hello darkness my old friend” y los “I’ll guess we just have to adjust”, oscilando de atrás para adelante en el tiempo, admirando la fuerza de la música, haciendo listas y catalogando discos; inspirada un poco en lo que hizo Bloom con los títulos literarios que él jerarquizó en su canon, se anotan una a una en mi cabeza títulos discográficos desde Simon and Garfunkel y (obviamente) los Beatles, hasta Arcade Fire y St. Vincent, pasando por todo lo que hay en medio como Electric Light Orchestra, Miles Davis, Talking Heads, Joy Division, Antony & The Johnsons, White Stripes, etc. Entonces bulle la emoción del por qué y el cómo de las canciones y sus creadores, y quiero comenzar a justificarlas, hasta que me acuerdo que a pocos les ha interesado el proceso; inevitablemente, siempre que esto sucede, termino leyendo La nueva música clásica de José Agustín. Por supuesto hay 66 años entre aquel ensayo y el presente, en donde miles de canciones y discos han marchado frente a nosotros, e indiscutiblemente podría nombrar a varias de estas obras como clásicas y canónicas, dentro de ese mismo concepto que Agustín desarrolla, aunque caprichosamente, a lo largo de su ensayo. Vaya, es el concepto de Bloom muy sui generis, como todo en esta vida, porque mucho de lo que he llegado a escuchar, lo tomo como la representación sintética de la gran belleza cósmica, aunque para muchos otros es la mera representación de basura auditiva. Sin duda, el ensayo es muy importante para mí; no sólo me ha enseñado un mundo de melodías, sino que también hay otros allá afuera como nosotros, que tenemos esta necesidad escuchar música, sentirla, analizarla, debatirla, compartirla, hablar sobre ella, erigirle monumentos y altares, etc., y no sólo consumirla por el bien del consumo. En fin. Sé que quienes hayan leído el ensayo de don José, es porque son como yo. Somos el “I am he as you are he as you are me and we are all together” de esta situación.

He aquí, un pequeño extracto en donde desarrolla una línea del tiempo en la historia de la música.


Flashback w|apologies to old Rabelais

en un principio fueron Leadbelly y Woody Guthrie y Muddy Waters y Billie Holiday y Bessie Smith y Ellington y Gillespie y Monk y Modern Jazz Quartet quienes empezaban a emparentarse con Ravel y Stravinsky y Sibelius y Varèse y así vino Ray Charles y llegó Elvis Presley al lado de Chuck Berry y Fats Domino y Little Richard y engendró a Gene Vincent y a Buddy Holy y vio surgir a Jackie Wilson y a James Brown y a Otis Redding y luego a las Supremes y a los Beach Boys cuando ya existía Bob Dylan quien trascendió a Joan Báez y a Peter Paul and Mary y a Peter Seeger y engendró a Donovan y a Tim Buckley y a Judy Collins y hasta a Leonard Cohen e influyó y fue infuido por los Beatles y los Rolling Stones quienes engendraron a los Kinks y a los Yarbirds y a los Byrds y a los Lovin’ Spoonful amigos de Mamas and the Papas precursores de Greatful Dead y Jefferson Airplane y Butterfield Blues Band que con Blues Project y Big Brother and the Holding Company volvieron a los Stones y Muddy Waters mientras Frank Zappa y sus Mothers of Invention estudiaban a Varèse y con Beatles y Stones se interesaban por Stockhausen y Boulez después de pasar por Bach Vivaldi & Mozart mientras los Doors improvisaban asimilando el jazz y Vanilla Fudge y H. P. Lovecraft conocían a los clásicos y no recurrían a efectos de estudio y Velvet Underground unía a Dylan con Sade y Jimi Hendrix Experience mezclaba a Georgia con Liverpool cuando los Who y Procol Harum y Cream y Pink Floyd experimentaban y dignificaban a Inglaterra y para entonces todas las corrientes podían ser una sola y todos se amaban y no competían y se ayudaban gracias a Maharishi Mahesh y Ravi Shankar y ácido y Che Guevara y Fidel Castro y así hablaban de este mundo y de otros mundos y Fever Tree y Love y Fugs y Blood Sweat and Tears y Electric Flag y Blue Cheer y Janis Ian y Simon and Garfunkel y Steppenwolf y Iron Butterfly y Clear Light y Free Spirits y hasta los Monkees recibían y empezaban a dar lo que ningún otro arte había dado en tan poco tiempo y que al fin se recogió en México donde Angélica María y los Dug Dugs y Javier Bátiz y sus Finks y Mayita y Tijuana Five aprovechaban las experiencias para ofrecer otras y seguir adelante.

La nueva música clásica, José Agustín. En Cuadernos de la juventud, Ed. Imprenta Casas, México, 1968. pp. 11, 12, 13.
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"Oberlippentanz fur Solo Trompet"
Samstag aus Licht, 1983
Karlheinz Stockhausen

lunes, 8 de septiembre de 2014

Momentos de nada: re-leyendo a Parménides y sintiendo reflexiones

Me encanta, en momentos diversos, regresar a ciertas lecturas que desde hace un par de años me van moldeando una cierta manera de ver las cosas dentro de este país, nada nuevo, realmente. No tiene mucho que ver con los aspectos sociales, políticos y económicos de éste con uno, sino de uno con todo lo demás. No son nociones que hayan quedado perdidas en algún nivel del oscurantismo contemporáneo, simplemente son cosas que en el plano individual, tienden a estacionarse fuera de nuestro alcance, aventándonos a un presente incierto -reitero, hablando desde un punto de vista personal. Es fácil perderse, sobre todo en la era del social media, del selfie, del si no le tomo foto a mi comida la gente no creerá que como y así; de lo que uno es o uno quiere ser, o mejor dicho, encontrar que nuestros objetivos se ofuscan ante el remolino de este exceso de presente. Por ello, regresar a los puntos estáticos del caos es reconfortante, edificativo, casi epifánico; es decir, podemos escuchar mil veces y mil veces más el White Album, y volveremos a encontrar el aliento de asombro y maravilla como la primera vez, así como podemos caer en un eterno discernimiento sobre el significado de su poética y su sonido, de sus personajes y situaciones, a pesar de que ya todos -debería entrecomillar ese todos- lo han hecho. O quizá el hecho de encontrarnos a nosotros mismos dentro de una película que podemos monologar para fastidio de todos. Sobre todo me refiero al confort de abrir un libro, un texto, que teníamos centurias sin leer y encontrar que, entre las palabras que violan las páginas, estamos nosotros como éramos y que a pesar del tiempo, seguimos siendo quienes éramos. Durante esos segundos en los cuales leemos aquello que nos rascó la conciencia en un principio, encontramos que bajo todas las costras de experiencia y suciedad, está la idea de nosotros como realmente debemos ser. Esta explosión de sentimentalismo y reflexión fue lo que sucedió el segundo en que decidí re-abrir un libro de Parménides García Saldaña, entre cuyas palabras de irónica sabiduría (cínica sabiduría, honesta sabiduría), destaco un pequeño párrafo, nada más por referenciar uno de mis libros favoritos. Y quizá nada tenga que ver con nada, sin embargo, aquí está.

"Cuando Los Panchos cantan los últimos versos de 'Rayito de luna', una voz con acento cubano grita: ¡Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaammmmmmmmmmmbooooooooooo! Carlitos Fuentes está atento a la vida de La Región Más Transparente Del Smog. Nuestra literatura aún se debate entre lo mexicano (Rulfo) y lo extraño (Arreola), entre lo oscuro y lo blanco; en los extremos. Aún sentimos que es de la chingada ser mexicano. Aún no nos atrevemos a decir (todos somos Ixca Cienfuegos tratando de aceptar la realidad mexicana con Gladys García): Aquí nos tocó, ni modo, qué le vamos a hacer: En La Región Más Transparente. Aún nos confunde ser mexicanos." 

- En la ruta de la onda (Diógenes, 1974), p. 134.

domingo, 10 de agosto de 2014

Sólo extractos: David Byrne y La iglesia del fútbol.

Llevo leyendo desde hace unos días, el especie de anecdotario de David Byrne titulado Diarios de bicicleta. El libro presenta una recopilación de escritos que Byrne ha hecho a lo largo de los años, a través de sus viajes, con la excusa de promover el uso de la bicicleta como medio de transporte en un nivel masivo, aunque realmente, esto tan sólo le proporciona un motivo para dar entrada a sus recuerdos y experiencias. Las hay de todo: unas muy conmovedoras, otras chistosas, otras poéticas, políticas, sociales etc. Termina por ser una lectura que, como a la Rayuela, uno puede dar lectura por cualquier lado, y no pasa nada, pues no es precisamente una crónica o una historia que mantenga alguna línea narrativa. Por ejemplo, yo comencé a leer el capítulo titulado "Buenos Aires", ya hacia la mitad del libro: su deambular por la ciudad argentina le da ocasión de hablar sobre diversos temas; desde el culto a la muerte que a veces (o muchas veces) difiere al del resto del mundo, o cómo ciertos géneros musicales exponen el contexto social de países como México, o Brasil, o Argentina. Habla sobre cómo el equivalente al folk americano, en Latinoamérica, cobra una mayor relevancia en su difusión que cualquier cosa que se haya hecho en Estados Unidos o Inglatera; presume sus cenas con Mercedes Sosa o Charly García y ahonda en el cómo y por qué surgen, o no surgen, las escenas musicales o artísticas de una comunidad.  Realmente hay un mundo de situaciones y anécdotas que muero por comentar con cualquiera que se deje, mientras eso sucede, hago transcripción de una pequeña parte que me hizo gracia y al final de la cual, inevitablemente me vi gritándole al libro con un "¡pues claro!" En fin. Aquí va. 

'La iglesia del fútbol'

Al día siguiente, en la televisión, los jugadores mexicanos y argentinos entran en el campo para jugar el partido que decidirá quién pasa a los cuartos de final del Mundial de fútbol. La ciudad entera se ha parado por el partido.  Todo está paralizado. Estoy haciendo la prueba de sonido en un club, donde voy a tocar en un concierto de La Portuaria. Todos los técnicos de la banda y del club han cesado en sus tareas y se han congregado  en torno al televisor. Ya se han cantado los himnos nacionales y los jugadores saltan al terreno de juego. Las calles fuera del club están prácticamente desiertas, apenas hay tráfico en las enormes avenidas. Todas las tiendas y restaurantes están cerrados, excepto unos pocos en los que la gente se apiña frente a aparatos de televisión.
     Después de la prueba de sonido, Diego, el vocalista, y yo nos acercamos a un puesto de comida para tomar un almuerzo tardío. El café está atendido exclusivamente por mujeres, lo cual explica por qué permanece abierto (los hombres están todos pegados al televisor). Aunque no es el centro de atención, sobre la barra del bar hay una pequeña tele, casi simbólica, que compite con un CD de música techno. Diego me cuenta que durante la época de la dictadura él iba a la preparatoria. La Copa del Mundo de 1978 se celebró aquí, y dice que algunos afirman que fue usada como cortina de humo para hacer desaparecer a mucha gente. El gobierno apoyó decididamente el evento deportivo y lo usó como artimaña para deshacerse de mucha gente cuando casi nadie prestaba atención. Es fácil entender lo sencillo que esto resultaría en un día como hoy. Éste sería el momento propicio para la invasión. 
     Aunque muchos intuían lo que estaba pasando, la mayoría de la gente, entonces e incluso hoy, se negaba a creer que todo aquello estuviera sucediendo realmente, y muchos de ellos afirmaban que no sabían ni habían visto nada. En sus días de preparatoria, Diego fue un día a visitar a unos amigos, pero nadie le abrió la puerta. Enseguida quedó claro que la casa estaba vacía, y que así iba a seguir. Más tarde, su padre le dijo que seguramente se los habían llevado. Reinaba una sensación general de paranoia, y Diego dice que para un chico de su edad ese temor se manifestaba de la misma forma que otras preocupaciones de  cualquier estudiante de la época: que te podías meter en problemas por llevar el pelo demasiado largo o que te podían arrestar si te cachaban fumando un toque. El Estado podía considerar esas afectaciones típicas de la juventud en la onda como una señal de que simpatizabas con el enemigo. Así que, aunque tales temores pudieran ser los mismos que los de cualquier estudiante de preparatoria en otro país, las repercusiones de ser detenido aquí por se un hippie greñudo eran mucho más siniestras. La gente iba con mucho cuidado, y las conversaciones sobre política se llevaban a cabo en murmullos. De noche se oían disparos en la calle: era el sonido de la policía o del ejército (por lo general eran la misma cosa) llevando a cabo su infame tarea.

Diarios de bicicleta, David Byrne 
Editorial Sexto Piso, 2011
pp.145-146.

viernes, 8 de agosto de 2014

Una noche con Juana

Esta vez no vengo a compartir mis palabras, sino algo mucho más sustancioso, poético y melodioso. Estoy por pasar unas cuantas horas en compañía de mi Juana favorita. Ya después arruinaré la experiencia con verborrea. Por lo pronto...


Tres cosas (2002)
Juana Molina

jueves, 7 de agosto de 2014

St. Vincent por St. Vincent

En 1981, Lester Bangs escribió en un artículo titulado “Better Than The Beatles (and DNA too!)”*, para The Village Voice, una belleza de profecía, en el cual argumenta sobre el estado tan deteriorado del rock, cuya única esperanza para su resurgimiento, sería cuando las mujeres se posicionaran como líderes del movimiento. De acuerdo, me permití enormes libertades al parafrasear, mejor leerlo del propio Bangs; aquí el extracto de dicho texto:  “…the only hope for rock’n’roll, aside from everybody playing nothing but shrieking atonal noise through arbitor distorters is women. Balls are what ruined both rock and politics in the first place, and I demand the world be turned over to the female sex immediately […] The absolute best rock’n’roll anywhere today is being played by women.”  Patti Smith, Joan Jett, The Raincoats, Lydia Lunch, entre otras, son nombradas como ejemplo y sostén de dicha teoría. Estoy segura que de vivir en nuestros días, Lester añadiría y pondría a la cabeza de la lista a Annie Clark, a.k.a. St. Vincent.
            Annie lleva siendo parte de mi vida desde que debutó con Marry Me en el 2007 y momentos como aquellos en los cuales yo circulaba por las calles de mi ciudad, respirando el aire tostado con el cabello flotando fuera de las ventanas al son de “Paris Is Burning” o “Your Lips Are Red” quedarán por siempre injertadas, no sólo en mi memoria, sino en la eternidad de mi espíritu. Realmente no me importa rayar en lo ridículo. La amo, la adoro y no quiero decir más allá de eso, pues entonces esto pierde objetividad. Aunque criticas, reseñas y opiniones aparte, en un blog personal cualquier dejo de objetividad se manda al carajo, dicho lo cual, continuaré. En febrero de este año 2014, la señorita Clark presentó nuevo material discográfico, titulado St. Vincent. ¿Cómo describir la realidad que generan 11 piezas de un disco? No se requieren más de 5 segundos de “Rattlesnake”, canción que abre la obra, para saber el tono y la temática que desarrollará a lo largo de cuarenta minutos de belleza inorgánica. Es decir, este cuarto álbum explora las aguas profundas de la música electrónica, de los sonidos digitales, más allá de lo que en discos anteriores había intentado lograr. Sin embargo, sería ridículo comenzar a hablar sobre los desarrollos de la música digital, cuestiones técnicas y eso, porque entonces sonaría a uno de esos megalómanos críticos que escriben para Pitchfork.
            Sí, hay una paradoja en las propuestas saint-vincentianas, entre la lírica y los sonidos. Las canciones exploran temáticas esencialmente humanas, naturales, orgánicas que terminan siendo maculadas por sintes, algoritmos y lenguaje binario traducidos a sonidos electrónicos. La música inorgánica. Pero hay una belleza hacia este tipo de creación musical, muy distante de aquello que groseramente titulan “música electrónica”: el tipo que explotan en bocinas de quinceñeras, raves, la ocasional boda y los carros deportivos de juniors que corren por las calles de fraccionamientos llenos de niños. Mientras que eso ocurre en el mundo, yo defino la música electrónica a través de lo que artistas y verdaderos genios como Björk, Brian Eno, David Byrne, Stockhausen, Ligeti, entre otros, me han enseñado. Hasta la misma Joni Mitchel con su “Jungle Line” (The Hissing of Summer Lawns), muy adelantado a su época, si me lo preguntan. Annie Clark juega en esta realidad, algo así como la ciencia ficción en la literatura, que termina por explicar y comprender más el comportamiento humano y su destino que cualquier otro tipo de lectura romántica, realista… en fin. Y así como la exploración de la psiqué a través de robots y extraterrestres, futuros utópicos y post-apocalípticos es un never-a-dull-moment, la música de esta mujer se define justamente igual. Digo, “Birth In Reverse” expone el día común entre burlas como algo verdaderamente ridículo e inútil, infructífero y así sucesivamente: “Oh what an ordinary day / Take out the garbage mastúrbate / I’m still holding for the laugh […] This tune will haunt me through the war / Laugh all you want but I want more / Cause what I’m swearing I’ve never sworn before.” No es que haya encontrado el sentido de la vida, ni nada por el estilo; tampoco que haya expuesto secretos sobre locuras y psicosis de una manera totalmente nueva, sin embargo, es divertido cuando se mezclan todos estos elementos en ella y los filtra para nosotros, más aún cuando tiene un poder interpretativo y de expresión como muchos ya quisiéramos tener. Sin duda, yo muchas veces me duermo ante la fantasía de poder tocar musicalizar todo aquello que me mantiene volcándome sobre mí misma en la cama, al punto de sudar frío.  “Entombed in the shrine of zeros and ones, you know / with fatherless features, you motherless creatures, you know / In perpetual night, oh, it’s terribly frightening, you know / You got the pop and the hiss in the city of misfits, you know / Safe, safe and safest, faith for the faithless / Dim, dim and dimmer, sucker for sinners”, termina por arrullar cual canción de cuna con sus discretas construcciones a base de teremín y delicados tonos en el teclado, sumándole a esa voz tan suave y vulnerable; todo va bien, hasta que se vuelve loca, explotando en un fuzz de guitarra, acompañado con una combinación de cólera e ironía que emerge de esa voz que previamente nos la-la-leaba hacia los sueños.
Lo mejor de todo es que en cuanto termina “Huey Newton”, la pieza que describía previamente, “Digital Witness” le sigue el juego a toda esa extrañeza del dot.com. En esta hay una síntesis de lo que significa para nosotros el internet, más específicamente el facebook, twitter, instagram y todo aquello que parece ser un gran, enorme y eterno etcétera. No hay persona en el mundo, creo yo, que no aparezca de un modo u otro en las redes sociales. Básicamente no existes si no estás en ellas. Puedo escribir párrafos y párrafos y párrafos sobre el tema –proyectándome, obviamente-, pero mejor se lo dejo a una mujer que lo definió perfectamente en una canción. ¡Vaya, qué melodía tan seductora! Sí, igualito que en las redes sociales: “People turn the TV on, it looks just like a window, yeah. Digital witnesses, what’s the point of even sleeping? If I can’t show it, you can’t see me”. Es una idea tan fascinante como lo es terrible, pero aquí estamos, viviéndolo y haciéndolo realidad. Cuando no podemos platicar cara a cara y decirnos todas nuestras verdades, sí podemos confesarlo por facebook y esperar a que nos lluevan los ‘likes’. Nos definimos como personas a partir del alter ego que hemos creado para nosotros mismos en una realidad virtual. Pero, recalco, eso ya lo sabíamos, no necesitábamos que alguien viniera y nos lo cantara. “This is no time for confessing.” Aunque se escucha mucho mejor en una canción. La vida es mejor en una canción.
            Discretamente la conclusión del álbum, entre “Every Tear Disappears” y “Severed Crossed Fingers”, hay estas discretas referencias hacia los melódicos inicios de Clark, especialmente Marry Me, con estos coros de grandes ecos y delays, aunque más recargado en los sintético. Ambas cierran, entre un contexto medio oscuro, con notas de esperanza y optimismo, muy sui generis, por supuesto. “Severed Crossed Fingers”, especialmente, la cual me parece que en esa canción, la señorita Annie le hace una reverencia al “Heroes” de David Bowie, funcionando como un espejo al después que le siguió a la canción de David. Como si Romeo y Julieta no se hubieran suicidado, hubieran vivido su amor y tras unos años hubieran terminado odiándose. No, no creo sea una interpretación tan descabellada. Ella ha declarado que una de sus más grandes influencias ha sido el camaleónico Bowie y la razón por la cual ella se cruzó hacia el lado güero del camino, fue en celebración al último lanzamiento discográfico de Bowie, The Next Day. Vaya a saberlo ella; posiblemente deforme el significado sólo por el bien de deformar. A final de cuentas, estas canciones ahora me pertenecen, son parte de mí y de todos nosotros, por lo que no hay mejor celebración hacia la obra de un artista, que hacer de ese mundo el propio.
            Finalizo mi verborrea con el álbum entero que algún buen samaritano subió a youtube, para goce y placer de sus sentidos y fantasías, y de las mías.
           

St. Vincent, St. Vincent (2014)


*El artículo de Bangs: Better Than the Beatles (and DNA too!)



sábado, 2 de agosto de 2014

Entre Salinger y Camus, y de cómo leí por primera vez El guardián entre el centeno...

Pensé que sería muy buena idea, dado las condiciones climatológicas del momento, disfrutar de una deliciosa taza de café incluso aún siendo pasadas las 11:30 de la noche. Es este momento en el que pondero,  en medio del silencio violentado con un etéreo y sublime Homogenic en altos decibeles, si quizá esa idea inicial fue acaso una brillante idea. Sin embargo, la inocua decisión del brebaje nocturno, seguida por dicha acción de permanecer sentada ponderando ideas insustanciales, me ha dado para escribir tonterías en un ciber-pedazo de hoja blanca.
            No, tonterías no. Me guardé las tonterías para los momentos de tedio que me esperen a futuro. Mejor plasmar ideas interesantes, educativas, culturales y así sucesivamente. A inicios del verano me propuse leer como nunca en mi vida lo había hecho, para contrarrestar los molestos efectos de la fiebre fubolera causada por la temporada del mundial. No entraré en detalles sobre lo molesto y odioso que eso me parece, pues he hartado a medio mundo con mis protestas. Leí lo que se me fuera poniendo enfrente, desde Chester Himes hasta Tennessee Williams, pasando por Samuel Beckett, Aldous Huxley y Boris Vian –en quien sigo por el momento-. Entre las múltiples visitas a las diferentes librerías de la ciudad, sucedió un día que tropecé justo frente a la única copia de una de las novelas que deseaba leer desde hace mucho: El guardián entre el centeno de J.D. Salinger. Así es. Yo, Ana, 30 años de edad, en la gran época de la revolución digital, literata de profesión, lectora por afición, escritora wannabe, jamás había leído esa novela que, desde su publicación hasta la fecha, se convirtió en una de esas lecturas obligadas. La novela que empujó al mismo Salinger al exhilió, que inspiró el asesinato de Lennon y fue tachado por inmoral, irrespetuoso y meramente rebelde.  Pero he aquí que más vale tarde que tarada, por lo que di inicio y fin a la lectura en un par de días.
            Debo confesar que la expectativa rebasó la realidad y mi lectura fue buena, pero hasta ahí. Es verdad que hay cosas que deben ser leídas en cierto momento de nuestras vidas; es decir, juzgué a Holden a partir de mi experiencia de vida y del hecho que la adolescencia pasó hace ya varios años. Uno puede recordar y buscar la empatía a partir del recuerdo, sin embargo, la vivencia de la lectura se transforma y ya no llega a ser ese gran impacto de mil dagas traspasando el corazón. Pero bueno, al menos podré decir, de ahora en adelante, que me he leído El guardián entre el centeno, que conocí al gran Holden Caulfield y que lo encontré profundamente desesperante. No pude evitar hacer comparaciones con El extranjero y Meursault, el protagonista de tendencias nihilistas creado por Camus. Ambos personajes, Holden y Meursault, tienen una forma muy mordaz de ver la vida. Hay una crítica dura y honesta en el discurso que profesan ambos personajes, con la diferencia que ambos la emiten a partir de su entorno. Holden es tan sólo un chavalo entre los 15-17 años, mientras que Meursault es un adulto y ambos son motivados por la tragedia.  Salinger y Camus, así mismo, mantienen un relativo parangón al igual que sus personajes: ambos vivieron y fueron afectados por la devastación de la II Guerra Mundial, lo cual inspiró gran parte de esa acidez palpable por entre las líneas discursivas de sus protagonistas. La novela de Salinger se convirtió en lectura prohibida para adolescentes debido a su contenido de incitación a la rebeldía, mientras que Camus fue apodado como “El Rebelde”. Vaya, incluso si comparan fotos de los autores, uno es doppelganger del otro. Confieso que la novela de Camus causó el impacto en mí que la de Salinger no, aunque eso será cuestión para discutir unilateralmente en otra ocasión, por el momento me limito a seguir con este guardián de la inocencia, es decir, Holden Caulfield.
            A pesar de haber fallado en encontrar ese gran impacto de la novela, es cierto que se mantiene colgando de uno como eco incesante; de hecho, la reflexión comienza a generarse mucho después de haber finalizado la lectura. Entonces, la desesperación causada por el protagonista en uno como lector, se convierte posteriormente en dejo de tristeza, ya que todo aquello que genera la apatía en Holden, no es nada más que la verdad: ese efímero espacio de tiempo en que, dentro del hombre queda aún humanidad, inocencia, asombro y alegría –si los niños no crecieran y se mantuvieran niños siempre. La travesía de Holden, a lo largo del libro, deriva en esto: una metafórica transformación de él mismo como salvador, alguien que debe preservar la inocencia de esos niños al evitar que caigan al precipicio de la vida. Es una utopía, bella y trágica, a final de cuentas, la propuesta de Caulfield/ Salinger. Vaya, realmente no sé qué decir sobre esta novela que no haya sido dicho ya. Esta vez no me dediqué a subrayar frases o hacer anotaciones a lo largo de los márgenes del libro, sino que la lectura se fue a un ritmo acelerado impuesto por el tal Caulfield y sus desventuras; ir más allá e intentar cualquier tipo de análisis a partir de teorías me sería imposible. Estoy segura que más adelante regresaré al Guardián y examinaré con mayor aplomo a este pequeño héroe/antihéroe trágico de la literatura contemporánea.

            Por lo pronto, me despido con la esperanza de haber dicho algo provechoso e inteligente,  y no sólo palabras al aire, originadas a partir de la ingesta de cafeína previa la media noche sumada al ligero delirio causado por el shock del sueño que también se filtra en el proceso mental. Concluyo con dos piezas musicales cuyo contenido visual y lírico, acompañan perfectamente la imaginería causada por Salinger en uno de los últimos capítulos, en el cual Caulfield le confiesa a su hermana, Phoebe, esa analogía de como él es el guardián entre el centeno. 

"Glósóli" (Takk, 2005)
Sigur Rós

"Wake Up" (Funeral, 2004)
Arcade Fire

martes, 17 de junio de 2014

Kon-Tiki, Thor Heyerdahl

Una de las razones por las cuales me encanta sumergirme entre las ventas de libros de segunda, es que se pueden rescatar verdaderos tesoros que difícilmente encontraríamos de cualquier otra manera. La manera como yo lo veo, es que esas historias nos encuentran a nosotros. Así fue como yo di con una viejita, pero bien conservada versión de Kon Tiki de Thor Heyerdahl: tapa dura, cubierta de tela, en cuya primera página se lee una dedicatoria que data de una navidad por ahí de 1962. Quien sea que le haya regalado este libro a Juan Hernán, jamás pensó que el libro perduraría el paso de los años y terminaría en manos de alguien como yo. Curioso pensar en que la historia narrada entre las páginas de este libro describe la aventura de las trayectorias recorridas, el aventarse a lo desconocido y el redescubrir el mundo con nuevos ojos. Eso fue justamente mi experiencia al leer el libro. De entrada diré que esta ha sido una de esas lecturas que me conmovieron hasta lo más profundo y sin duda se convirtió en uno de mis libros favoritos; de esos que no se olvidan y nos acompañan toda la vida.
            Esta es una lectura para el verano; mientras que uno vive en el desierto sin posibilidad de salir de vacaciones, el treparme a una balsa para recorrer el Pacífico representó el más idílico de los escenarios. Así pues, no tuve más que abrir el libro y leer:

CAPÍTULO I

UNA TEORÍA


SUCEDE a veces que, gradualmente y en la forma más natural, se va siguiendo una trayectoria sin haberse detenido a pensar siquiera cuál ha sido su punto de partida, hasta que, de pronto, sobrevienen las más extrañas situaciones y sólo entonces, como despertando de un sueño, se pregunta uno a sí mismo, cómo ha podido llegar a ellas. Si, por ejemplo, se encuentra uno por propia voluntad en alta mar, flotando a la deriva en una balsa de madera, con cinco compañeros de viaje y un loro, es inevitable que tarde o temprano vuelva en sí, quizá después de un descanso más largo que de ordinario, y comience a pensar en por qué está allí.

            No requirió más que eso para saber que debía tener ese libro entre mis manos, que había sido destinado para mí; y aunque la idea suene exageradamente romántica, habemos quienes pensamos y creemos que, como he dicho en un principio, las historias nos escogen a nosotros, sin importar cuáles sean, de qué traten, en qué forma lleguen, lo sabemos cuando abrimos la portada, sentimos las hojas, olemos las palabras y leemos. Así pues, me presento con mi narrador, Thor Heyerdahl, noruego, científico y aventurero, en resumen, un verdadero apasionado de la vida y de su mundo. Previo al estallido de la segunda Guerra Mundial, Heyerdahl había abandonado sus estudios de zoología para dedicarse a probar su teoría de que el origen de los habitantes de las islas Polinesias era de Perú: uno de sus héroes legendarios y creído hijo del dios sol, Tiki, había abandonado el continente con un grupo de habitantes y en balsa, se fueron en busca de otro territorio y llegaron a la Polinesia. El nombre de la balsa, Kon-Tiki, será pues en honor a este personaje legendario hijo del sol, mismo que llevará sobre sí la crónica de la expedición: KON-TIKI EXSPEDISJONEN. Finalmente, la investigación se ve interrumpida por la invasión alemana a Noruega y es reclutado; durante la guerra conoce a Thorstein y Knut, quienes posteriormente se integrarán a la expedición.
            Tras los días de guerra y declarada la paz, Thor retoma su investigación y escribe “Polinesia y América. Un estudio sobre relaciones prehistóricas”. Acude con un importante erudito de algún museo de Nueva York para presentarle el manuscrito, pero éste lo rechaza totalmente bajo el argumento de que:
       (…) sí sabemos una cosa con certeza, y es que ninguno de esos pueblos de la América del Sur llegó a las islas del Pacífico.
       Me miró inquisitivamente y continuó:
       -¿Sabe por qué?... La respuesta es suficientemente simple… ¡Ellos no podían llegar porque no tenían barcos!
       -Tenían balsas –le dije con cierta vacilación-. Bien lo sabe usted; tenían embarcaciones hechas de madera de balsa.
       El viejo se sonrió y dijo con toda calma:
       -Bueno, si quiere puede intentar un viaje del Perú a las islas del Pacífico en una balsa.

            Así pues, lo único que alguien necesita siempre es ser retados por un-alguien así de nefasto –conozco a muchos de ellos, académicos que cuando uno entrega   algún texto, ensayo, trabajo, te contestan con un “te lo sacas de la manga”, aún cuando el argumento y la justificación y las fuentes están ahí, frente a sus narices… *respirando y regresando en 5-4-3-2-1… continuo*. A partir de ahí, Heyerdahl se dedica pues a planear su expedición a través del Pacífico, basándose en antiquísimos dibujos y descripciones de esas balsas utilizadas por los incas, siendo fiel en todos los aspectos: desde el material, hasta la edificación. Seguido siempre por sus compañeros de balsa: Knut y Torstein, Herman, Erik y el sueco Bengt. La ayuda llegó bajo el nombre de asociaciones y grupos gubernamentales como los exclusivos “Club de Exploradores” en Nueva York, el Laboratorio de Equipo del Comando de Material del Aire, quien los abasteció con todo tipo de artefactos y prototipos para la navegación, el Pentágono o la Liga de Aficionados de Radio de América, la ONU y los gobiernos de Noruega, Perú, Francia, Suecia y Estados Unidos. En ello, entre la descripción cronológica de los eventos previos a la salida de la Kon-Tiki y el vivaz poder narratológico de Heyerdahl, encontramos que todos, absolutamente todos, aman una gran aventura.
            Así, la narración está lleno de esos deliciosos y absolutamente divertidos momentos en que olvidamos que lo que leemos es una crónica de algo que realmente sucedió y me recuerda mucho cuando llegué a leer las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, las cuales parecían perder cualquier sentido de la verdad en momentos y buscaban sumergirnos en lugares y momentos tan increíbles que seguramente tenía que existir en algún otro mundo donde abunda la magia y lo fantástico. Fuera de ello, bien sabemos que América es el lugar de lo real maravilloso, o lo fantástico maravilloso, o lo surreal. Aunque bien sabemos, muchos más que otros, que la realidad siempre supera la ficción. Pero regreso, decía que es difícil escoger momentos y hacer una lista jerarquizada de ellos, es simplemente imposible: entre las maravillosas y poéticas descripciones del mar bajo el manto de las estrellas, con todos esos seres que surgen de las profundidades para dotar el agua de un singular espectáculo de color y fosforescencia, o entre los tiburones, ballenas, delfines, peces voladores, peces pilotos, pulpos kamikaze, que van acompañado al sexteto en su travesía, casi como curiosos acompañantes de los humanos. O entre la travesía burocrática de lo que significaba hacer el viaje partiendo de Perú, para un grupo de extranjeros, hacia la Polinesia en una balsa, o entre el peligro de viajar hacia la selva en época de lluvias para talar árboles de balsa, entre insectos tan grandes como la cabeza de un hombre… *escalofríos*
            Debo, a pesar de haber justamente dicho que es imposible escoger momentos dentro de la narración, destacar un particular pasaje que me hizo reír demasiado para la aparente gravedad del asunto. En un momento en que Thor y Herman están tratando de arreglar pasaje a la selva de Quevedo, aún a pesar de que los caminos han sido bloqueados por las inundaciones y el barro, uno de los pilotos que ayudaban a los noruegos, les comentó que el peligro existía aún más allá que las simples inundaciones. Los caminos hacia la selva estaban llenos de indios carnívoros que decapitaban a sus presas para encogerlas y posteriormente venderlas en el mercado negro; así, continua con una anécdota de cómo él perdió a su mejor amigo a manos de estos grupos que mencionaba. Dio con el criminal que había emboscado a su amigo y le pidió que le regresara la cabeza de su amigo:
El criminal sacó inmediatamente la cabeza del amigo de Jorge, tan pequeña en ese momento como el puño de un hombre. Jorge se quedó impresionadísimo al verla, porque no había cambiado, sino que simplemente se había achicado. Profundamente emocionado, tomó la cabeza y se la llevó a su esposa quien, al mirarla, se desmayó, y Jorge se vio precisado a esconderla en un baúl; pero había tanta humedad en la selva que se formaron capas de moho verde en la cabeza, de manera que Jorge tenía que sacarla una que otra vez al sol para secarla. Quedaba muy bien cuando la colgaba de los cabellos en una cuerda de secar ropa, pero la mujer se desmayaba cada vez que la veía. Un día, un ratón logró penetrar en el baúl e hizo tal destrozo en su amigo, que Jorge, mortificado, enterró la cabeza con todas las ceremonias del caso en un pequeño agujero en la parte alta del campo de aterrizaje.
-Porque, después de todo era un ser humano –dijo Jorge al terminar.
-Muy buena comida –comenté, para cambiar la conversación.
  
            Así también, debo destacar que mi mayor simpatía recayó, después del autor de la narración, con el etnólogo sueco Bengt, quien dio con Thor y sus compañeros, gracias a una nota en el periódico peruano sobre la próxima expedición hacia la Polinesia para comprobar la teoría de cómo los pobladores originales provenían de América. El sueco justo terminaba unos estudios de la selva en las regiones del Amazonas, cuando se presentó ante Thor, mientras él, a su vez, leía y releía el recorte de la nota sobre Bengt Danielsson. Y sin más, el claro ejemplo de por qué la lectura se torna en un verdadero deleite es en principio, por el sentido del humor que presenta el narrador, y sobre todo, por el lenguaje que a buen ritmo, va atravesando por las hojas como la balsa por la mar:
       Este individuo venía de tierras salvajes pero, indudablemente, pertenecía más bien a una sala de conferencias. Bengt Danielsson, pensé yo.
       -Bengt Danielsson –dijo el sujeto presentándose a sí mismo.
       Él ha oído algo sobre la balsa, pensé, y lo invité a sentarse.
       -Acabo de oír algo sobre sus planes –dijo el sueco.
       Y ahora viene a echarme abajo la teoría porque es un etnólogo, pensé.
       -Y ahora he venido para preguntarle si puedo ir con usted en la balsa –dijo el sueco apaciblemente-. Estoy interesado en la teoría de la migración.

            La narración, a pesar de su anclaje en la realidad, termina obviamente siendo ficcionalizada; a final de cuentas es el recuento de una aventura, sus inicios, su desarrollo y su desenlace, reunido y retazado a partir de las entradas en el diario que mantenía Thor consigo a bordo del Kon-Tiki y los recuerdos tan bien impresos en su memoria. Realmente, comenzar a poner en tela de duda qué momentos pudieron haber sido dramatizados un poco más o un poco menos a fin de servir el ritmo y la narración, es irrelevante. Termina por atraparnos en la vena más profunda que muchas veces olvidamos tenemos dentro, esa en la que vivimos añorando nuestra infancia y la inocencia de ella: las aventuras que se nos presentaban acompañados de otras figuras como Huckleberry Finn o Robinsoe Crusoe, o las leyendas del Rey Arturo y sus caballeros de la mesa redonda, o D’Artagnan, Athos, Porthos y Aramis, mientras gustábamos de soñar y jugar a que éramos vaqueros, o astronautas, magos, etc. Haber leído Kon-Tiki sacó esa niña que gustaba de treparse a los árboles con su hermano imaginando un fuerte en las alturas, o pegando viejas cajas de cartón juntas y pintándolas para simular naves espaciales. En una época en la cual la diversión de los niños es propiciada por espectaculares gráficos dentro de aparatitos celulares o consolas de videojuegos, retornos a la sencillez, como ésta de tomar un libro mientras leemos con los pies aventados hacia la pared y los cabellos flotando bajo el golpe de aire fresco, es una sensación de profunda belleza.

“Llegamos a un mundo en el cual no habíamos soñado nunca […]
más cerca del sol y de la luna, fuera del tiempo y más allá del espacio.”
Thor Heyerdahl,
Kon-Tiki


 "Outside of Space and Time" (Love This Giant, 2012)
David Byrne & St. Vincent

“Someday, I’ll step out of the shadow
into galactic matter
outside of space and time”
-David Byrne, St. Vincent,
“Outside of Space and Time”

viernes, 6 de junio de 2014

Corre, hombre, Chester Himes

De niña leí a los Hardy Boys y me encantaba ver con mis padres películas del tipo que lo dejan a uno a la orilla del asiento, con las uñas entre los dientes y las gotas de sudor obedientes sumisas al servicio de la trama; desde películas de tono grave como All The Presidents Men o The Godfather hasta sátiras y parodias del who-dunnit a la ClueWho Framed Roger Rabbit? y a Peter Sellers como el inspector Clouseau en la saga de La Pantera Rosa. Cierto es que en aquellos entonces poco entendía sobre el origen o la causa de que existieran ese tipo de historias: el odio, la ira, el rencor, asesinatos, violaciones, humillación. Sin embargo, entre los herméticos diálogos que uno sigue para descubrir los motivos y sus consecuencias a la par que el protagonista, había un atrayente poder de seducción, así como esos sucios detectives alcohólicos y fumadores compulsivos, mal afeitados con su alto grado de sex appeal a la Bogart o Belmondo. Años, muchos años después, tuve la fortuna de llevar una clase sobre novela negra: detectives, crímenes, femme fatales, polis y ratas, contrabandistas, conspiraciones and all that jazz, una clase como pocas que se llegan a encontrar dentro de la carrera de literatura. En ella leímos desde Arthur Conan Doyle, hasta Paco Ignacio Taibo II, pasando por Raymond Chandler, Boris Vian, Agatha Christie, Dashiell Hammet, Patricia Highsmith, Rafael Bernal y Chester Himes. Acompañadas con sus buenas dosis de cine noir y derivados: Extraños en un trenDoble indemnidadThe KillingProfundo carmesíTwin Peaks, The Wire, The Hound of the Baskerville, etc.
                Hace unos meses, curioseando por una librería de segundas muy famosa por estos lugares, encontré bajo títulos y autores desconocidos para mí, una gastada edición de Corre, hombre (Run Man, Run, 1967) por Chester Himes. Bastó sólo reconocer el nombre para tomar bajo mi brazo la edición, pagar y salir emocionada con algo nuevo que leer.  Sin embargo, quedó sobre una pila de libros que había estado postergando para su lectura durante el tedio veraniego proporcionado por la falta de cosas que hacer y la sobre-excitación mundialera que se carga todo el mundo. Así pues, hace un par de días tuve el placer de abrir y leer al irónico Sr. Himes y su visión de una buena historia policíaca hard-boiled.
                La trama es sencilla y directa, realmente no existen muchas vueltas de tuerca y cuando las llega a haber, son sutiles y jamás nos hacen sentir como si nos hubieran quitado el tapete por debajo de los pies. Jimmy es un joven estudiante de derecho y trabajador nocturno en el restaurante Schmidt & Schindler y acaba de ser testigo a un doble asesinato. Matt Walker, un bribón de policía, deambulaba por las calles de Nueva York sin recordar en dónde había dejado el auto: entre el alcohol y la confusión, se topa con unos trabajadores negros del mismo restaurante y los acusa de haber participado en el robo de éste. La pistola con silenciador que sostiene en su mano es suficiente para poner nervioso a cualquiera, pero el gordo Sam intenta hacerlo entrar en razón ofreciéndole café y una ración de pollo frito, claramente, todo es un mal entendido. Accidentalmente, Walker dispara contra Sam y este cae muerto frente a sus ojos. Esa profunda borrachera se le ha ido completamente y ahora debe comenzar a atar cabos y es que, aquel escenario se ve muy mal: están por estallar las marchas civiles en el país, es Nueva York y un policía borracho acaba de asesinar a un trabajador negro. Pero Himes no busca entablar un diálogo socio-político de lo que está por acontecer en su presente, sino hacernos cómplices del personaje. Incluso, bromea cuando nos abre la conciencia de Matt mientras este se confiesa a sí mismo que "había cierta tristeza en el acto de matar a un hombre en medio de tanta comida, pensó. Más que tristeza, la palabra justa quizá fuera ironía." Pero esos dejos de conciencia se detienen en cuanto el policía se deshace del segundo y no logra matar a Jimmy, el tercero y último testigo, a quien sólo deja malherido tras un impacto de bala que falla en detenerle el corazón. A su rescate, Jimmy lo acusa de homicidio, sin embargo no encuentra quien le crea y ahora debe cuidarse las espaldas, ya que Walker terminará pronto lo que no pudo aquella fría noche de diciembre. No hay aliados, incluso la persona más cercana a él, la amante, cantante y vecina de Jimmy, Linda Lou Collins, no logra ver la verdad en sus ojos; menos aún cuando se topa cara a cara con Matt, bajo cuyo encanto, terminará tras una noche de pasión… they all want’em bad boys.
            Más allá de pretender indagar junto con los personajes, algo que en el caso de esta novela no aplica, pues de inicio sabemos quién hizo qué y por qué razones, uno se deja envolver por el lenguaje de Himes tan fluido y cómico en momentos; esta falta de motivación de buscar pistas, nos obliga a prestar atención a otros detalles, más mundanos: Jimmy está siendo cazado por Matt y permanece en constante vigilia, corriendo de él. Los momentos de tensión y peligro, llegan y se van sin mayor aviso, y mientras permanecen latentes, se opacan y contraponen con la cotidianidad. La narración avanza y sabemos que estamos por iniciar el tercer acto, el stand-off, pero Jimmy se ha tomado un momento para tomarse un trago en un bar, indagar por pistolas, cambiar el look –irónico, ya que sospesa el hecho de que las apariencias, en este juego del gato y el ratón, es lo que hace que permanezca en cierta desventaja, por lo que termina pidiéndole al barbero que le alacie el cabello, así como los hombres blancos- y comer. La comida es importante. No sólo llenan el estómago, sino el alma y el acto de comer acompaña, tanto al protagonista, como al antagonista durante toda la novela, provocando, inevitablemente, que a uno como lector le de hambre, por lo que aconsejo tener cerca algún plato con botana mientras leen. Jimmy, por ejemplo, sabiendo que está por enfrentar finalmente a Matt, toma su tiempo para degustar un banquete:
   Llegó ante el escaparate de cristal ahumado y cortinas corridas en que un cartel anunciaba: COCINA CASERA. Parecía un lugar familiar. Entró y se sentó en una de las cinco mesas vacías y cubiertas por un mantel de hule blanquiazul. A un lado, un fuego de carbón ardía en una estufa panzuda. Calentaba tanto que un hombre podía tostarse la piel.
Pidió morro de cerdo y nabos, con un plato aparte de guisantes. Los untó con una salsa caliente hecha de semillas de chile. El plato caliente y la salsa nada fría le escaldaron el paladar y le quemaron el galillo al tragar. El sudor le corría por la cara, resbalándole hasta la mandíbula. Pero cuando terminó se sintió un hombre nuevo. Se sentía agresivo y desprovisto de todo temor; como si pudiera coger al homicida por el pescuezo y retorcérselo.
Permaneció allí engullendo taza tras taza de café hervido tan fuerte que podía dejar tieso al mismo diablo, hasta que fue hora de irse.
En el momento en que Jimmy, en soledad, come y encuentra la valentía, el sargento Matt se encuentra en casa de su cuñado Brock, el detective encargado del caso de los homicidios del restaurante de Schmidt y Schindler, cenando y rodeado de su familia, lleno de dudas y nerviosismo:
La muchacha se llevó los platos y volvió con una pierna de cordero y bandejas de servicio con guisantes, zanahorias, puré de patatas y una salsa. Brock trinchó y sirvió el asado y Jenny la verdura a medida que los platos daban vueltas por la mesa. La muchacha sirvió luego platos individuales de ensalada de gelatina de menta. Cubierta por una servilleta había en la mesa una cestita con panecillos. Los niños bebían leche; los adultos agua.
Matt empezó a luchar con un bocado de asado […] Se volvió entonces hacia Brock y le preguntó: ¿Se sabe algo de mi amiga?
-De una nada –dijo Brock-. Pero encontramos a la otra.
Matt conocía la respuesta, pero tuvo que preguntar de todos modos: ¿Cuál?
Los niños le miraron con silenciosa curiosidad.
-Eva Modjeska –dijo Brock.
-Esa tiene que ser extranjera –cotilleó Peter.
-Los niños miran, pero no hablan –le devolvió Jenny cortante.
Matt sintió que le aumentaba la tensión en el pecho y trató de dominar sus respiración […] El aliento se volvió pétreo en el pecho de Matt.


Deambular por Harlem de la mano de Himes es un goce. No creo que pueda hacer mayor hincapié en ello; todo por su magistral manipulación del lenguaje provocando un adictivo placer que resulta en la falta de ganas de querer soltar el libro, aún y cuando éste se despasta con cada vuelta de página y se puede oler cómo la comida ya se está quemando en la estufa, o es ya necesario parar e ir al baño. Detener la lectura, puede resultar en el hecho del asesinato de Jimmy a manos del sargento Walker, o que cualquier dato se pase de largo durante los interrogatorios de la policía con el personal del restaurante, o que alguna huella no sea detectada. A final de cuentas, gustamos conocer los espacios del hampa, los bares de jazz y blues llenos de tabaco y alcohol, y música, mucha música. Lleno de personajes tan coloridos y vibrantes a pesar de que sólo permanecen en las líneas como espectadores,  ignorantes de la acción y sin embargo, los vemos y reconocemos. Incluso, más que presentar una descripción de los lugares, los ambientes, las costumbres, etc., es un sumergimiento hacia una conciencia colectiva del hombre, en un amplio y vasto sentido de la palabra; algo que va más allá del color de la piel. En el gran sentido cósmico, universal de las cosas y la existencia, la acción de la novela devela aspectos sociales y políticos, denotando características arquetípicas a los actantes, en momento, aún cuando durante la lectura, esto queda ligeramente de lado, el discurso está ahí, entre las líneas, en el nombre del autor, en la descripción de las calles, de los hogares, de las personas. Y en esa punzante narración, que a final de cuentas nos entretiene, más que nada, encontramos el dejo de ironía que se colgará de nosotros aún cuando hayamos finalizado: “A las once, el crimen había sido computado con eficiencia, sin emociones y de arriba abajo, y, en la medida de lo detectable, aquella diminuta picadura en la piel de la ciudad se había cerrado y olvidado.”

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Mientras que la literatura noir es comúnmente asociada dentro de los vibrantes géneros del jazz y el blues -vaya que cuando yo leo este tipo de historias, el soundtrack en mi cabeza mientras leo suena mucho a Miles Davis, Thelonious, Parker, etc.-, he preferido salirme un poco del contexto y solicitar ayuda de The Clash, quienes entre las letras y la música se ven los dejos de la tradición del blues, quizá con algunos estornudos de reggae, en fin... felices lecturas.


"Broadway" (Sandinista!, 1980)
The Clash

miércoles, 7 de mayo de 2014

Lo escuché a media noche: The Black Keys


 

Turn Blue (2014)

The Black Keys

Lo escuché a media noche. Lo escuché entre el calor que había quedado tras el letargo del día que cargó el aire del desierto hacia la habitación. El feeling de este tipo de música merece a veces el calor y la noche y el desierto. Jack White probablemente lo odie, por eso jamás le diré que a mí me encantó. 

lunes, 5 de mayo de 2014

El devenir cósmico inspirado por los Talking Heads y Arcade Fire

Era alrededor de la quincuagésima vez que escuchaba el Reflektor de Arcade Fire cuando al llegar a “Here Comes The Night Time”, entre esos versos que aluden a la postura anti-melódica del Paraíso, mi cabeza de radio se transportó hacia los vestigios del pasado, donde los sonidos de la tradición impuesta por una pequeña banda conocida como los Talking Heads comenzó a irrumpir obsesivamente, en una cuestión que a mi parecer era obvia: the Heavens. El concepto de la existencia de un Cielo y su relación con la música es una dualidad bastante natural, creo yo y nada exclusiva a ambas bandas, es decir, no hay artista, cantante, músico, agrupación o poeta-wannabe que no tenga una canción, pieza o poema en la cual no utilice, profundice, defina, analice, interprete el concepto de Cielo/Paraíso como lugar, estado, tiempo o adjetivo. Y realmente aquí la canción de Arcade Fire me permitió posicionarla como escusa para hablar de la otra.

La primera vez que escuché “Heaven” fue en el Stop Making Sense (1984) de Jonathan Demme, al cual podríamos quizá catalogar dentro del género rockumental con estructura narrativa; la canción interpretada durante la presentación, montada sobre la austeridad de un escenario desnudo, no es más que una mera analogía de la misma canción que están interpretando, a partir de la cual, el escenario y la imaginería conceptual del proyecto comienza a construirse sobre sí misma: Heaven, Heaven is a place, a place where nothing, nothing ever happens. En síntesis, es una canción a la cual podríamos definir como bellísima y no decir nada más sobre ella. La segunda experiencia que tuve de ella, fue cuando por fin obtuve el Fear of Music y escuché el álbum cuantas veces tuve que escucharlo para así rectificar uno de mis más grandes errores en la vida: el haber desechado este tipo de música porque era muy joven y muy estúpida para disfrutarla, y/o entenderla. Pero más vale tarde que muerta, pienso, por lo que me lo he escuchado una vez, dos veces, tres, cinco, diez. Si fuese una obra literaria, según su orden, diría que es hacia el final del tercer acto en el disco, cuando se materializa el paraíso: una representación del más allá entre bajeos, riffs, sintes, un tranquilo y deleitable sincopado, y la voz de Byrne multiplicado a través de los ecos recordando la construcción acústica de la nave de una catedral: It's hard to imagine, that nothing at all could be so exciting, could be this much fun. Dentro de un complejo álbum repleto de fobias en donde el aire mata, los animales nos odian y la vida, bien acertado está, se desarrolla en medio de guerras, “Heaven” presta la oportunidad para dar pausa y camino a los guiños cínicos que brotan desde la honestidad y se constituyen en la sencillez: armonía y simetría. En mi imaginario, el Paraíso se erige como un cavernoso bar de paredes de madera y luces neón, sillas desperdigadas sobre la duela apolillada, misma que alberga su buena ración de colillas de cigarrillos y manchas de cerveza, al final del cual la banda de San Pedro toca insistentemente canciones del agrado de todos los presentes: Everyone is trying to get to the bar / The name of the bar, the bar is called Heaven / The band in Heaven, they play my favorite song / Play it once again, play it all night long. Mi prosaica fantasía no me revela una mala manera de pasar la eternidad, por lo que quizá es bueno que sea fumadora –a medias, ya que estoy en proceso dejar el vicio… repito, proceso. Aunque tomado desde una perspectiva en la cual el Cielo es un estado en el cosmos y el cosmos es el estado infinito, pues mi fantasía realmente se reduce a un pensamiento estúpido resultado del daydream cualquiera, quizá motivado por el hecho de que ha pasado tanto tiempo en el que he visitado alguna de esas cavernas olorosas y apretujadas.

Tras divagar un momento, retorno a los Heads y Byrne, especialmente, quien propone esta visión de la trascendencia del yo y el nosotros al más allá con la virtud musical. En su How Music Works, dedica todo un capítulo (Harmonia Mundi) a una especie de temática filosófica al por qué y para qué de la música, remontándose tan al pasado que llega hasta el “En el principio era el caos…”, no en un sentido bíblico sino de génesis cósmico o algo así. No se propone convencernos sobre la existencia de un Dios o un Ente a partir del cual se genera todo lo demás, sino que realiza una bella estructura (poética, incluso) sobre el universo a partir de un sólo lenguaje, el musical. Dirán algunos que las matemáticas son el lenguaje universal por antonomasia, sin embargo, Byrne argumenta que incluso en el aspecto científico, cualquier número, fórmula, teoría, o hipótesis, deriva en alguna forma de escala tonal o nota, resultando, consecuentemente, en la música. Veamos el aspecto astrofísico del asunto con el cual argumenta: "NASA recorded inaudible electromagnetic signals -not even what we would call sound waves- as the probes Voyager and Cassini passed by a number of planets. Then these signals were processed and converted into sonic vibrations that fell within range of human hearing [...] Not surprisingly, these notes, as Pythagoras conceived them, produced the most divine harmony imaginable -a great cosmic chord that created us and everything else. The sound was so perfect, he said, that ordinary people like you and me couldn't hear it [...] According to St. Augustine, all men would hear this sound just before they died, at which point the secret of the cosmos would be revealed -which is very exciting, although just a little late to be of much use. This secret was passed down through the ages, from prophet to prophet, although at some point, according to Renaissance philosophers, it was lost. Oops.” La música es el orden en el caos, incluso aún cuando el caos mismo puede ser orden, la melodía de los mundos, Music of the Spheres, etc.; incluso en las melodías más atonales encontramos ese sentido de orden a pesar de su parecer caótico, tan sólo hay que recurrir a piezas de Schoenberg, Stockhausen o Pendereki, entre otros.  Adam y Eve, dialogan en que allá arriba, en algún planeta a millones de años luz, hay en una estrella, una roca enorme como diamante que emite la más bella melodía. Ahora díganme que eso no es un escenario digno del Paraíso.

Lo que ha derivado en toda esta explosión verborréica sobre música y celestialidad cósmica, fue el sencillo e inocuo acto de haber escuchado “Here Comes The Night Time” y haber hecho esa relación con los Talking Heads. Mi emoción se limitaba solamente a esa comparación entre que esta canción hablaba sobre el Cielo al igual que aquella de los Heads, con la diferencia de que en la visión celestial de Arcade Fire, no se permite la música. Win Butler y compañía reconstruyen el espacio a partir de la prohibición rítmica, misma que, ahora que la vuelvo a escuchar dentro de su mismo contexto inmediato (la canción) y el no inmediato (el disco), ya puedo interpretarla como un acto que manifiesta descontento, satirizándolo hacia un final que representa el absoluto éxtasis de la música: They say Heaven’s a place, yeah, Heaven’s a place and they know where it is / But you know where it is? / It’s behind a gate, they won’t let you in / When they hear the beat coming from the street, they lock the door / If there’s no music up in Heaven, then what’s it for? Simples y sencillos versos que conforman el interludio de la canción, con un down-tempo contrapuesto al explosivo ritmo carnavalesco/samba/batucada -o alguna combinación semejante-, materializando una irritabilidad ante la imposición de la moralidad, en el que las pasiones humanas se magnifican ante el baile y la música. Tomémoslo como la sátira que es: When I hear the beat, my spirit’s on like a live wire […] When you look in the sky, just try looking inside, God knows what you might find. El disco presenta una especie de leit-motif mitológico -Orfeo y Eurídice por todos lados- y la relación del baile, la música, las jerarquías pasionales y el Paraíso es culpa del Orfeo Negro de Marcel Camus. Sin embargo, sátiras fuera, la figura de Orfeo termina por cimentar todo este encaprichamiento que he venido escribiendo, pues este hijo de Eagro y Calíope (una musa), instruido en la música por Apolo (el sol) quien le presentó como regalo su lira, misma que terminó siendo posicionada entre las estrellas por las musas después de su muerte, vuelve a aventar la mirada sobre el universo y el origen de la música. Ese Paraíso, ese estado Celestial… ese lugar al cual todos queremos ir, donde tocan nuestra canción favorita.

Escribiendo y releyendo todo este viaje cósmico, musical y verbal, regreso a la Tierra y al génesis de todo ello; limpio la sangre que he sudado por los poros de mi cabeza y me concentro en dejar que mi contemplación y veneración por la música sea lo que vaya construyendo mi casa en el Paraíso, ahí en seguida del bar, para poder escuchar siempre mi "favorite song".